Cuando me empezó a picar sentí un dolor muy fuerte, revisé parte de mi cuerpo y no pude observar ni una leve marca siquiera. Al visualizar una deposición fecal en la camiseta pude intuir que podría tratarse de un insecto. Busqué en los orillos y en uno de ellos fue que la encontré. Toda roja y con seis patas al tono. Arriba de su caparazón llevaba una cubierta como si se tratara de una capa. Traje del ropero una lupa y comprobé que efectivamente era una capa con un tajo en uno de sus extremos y en su parte delantera permanecía sujeta entre su cabeza y cuerpo con una tira de género. Observé, cuando me acercaba, que se paraba en sus dos patas posteriores y se frotaba las otras delanteras mientras con las del medio mantenía sujeta su cobertura. Buen día, me dijo. Me froté los ojos, levanté las cejas y respondí: buen día, ¿cómo anda? Bien, aunque no sé para qué lado agarrar. Cómo es eso, le repliqué. Sí, ando perdida, anoche salimos con el jefe a realizar unos trabajos y cuando se rascó con la flecha de la punta de la cola me tiró. En un primer momento me enojé mucho pero luego entendí que me estaba haciendo una demostración de afecto. Sólo quería perjudicarme para congraciarse. ¿Cómo es eso que alguien lo perjudique para beneficiarlo? ¿No es contradictorio lo que me está diciendo? No sólo no es contradictorio, sino que es lógico y esperable, tanto para nosotros, como para mi jefe. Él suele darnos estas sorpresas: una pequeña maldad. Las muy grandes las realiza solamente cuando es una ocasión especial o algún cumpleaños. Es una forma de darnos sentido a la vida, si no esto es muy aburrido. Aunque no se imagina cómo debe estar aquel que le dije, haciendo todo el día el bien. Creo que hasta él debe necesitar de las mínimas maldades, que lo sacudan unos segundos, a veces con humor como la ironía, que le sirvan para despertar a su gente, que los lleve a buscar otras cosas, nuevas posibilidades, desencuentros o coincidencias. Dándole cierta lógica a la existencia. Yo creo que debe saber perfectamente que él bien puede cansar, hastiar, adormecer y quitar imaginación. El bien por el bien mismo no incita a buscar otros caminos, uno se que queda con lo que recibe o da, con lo que es en sí. ¿De ser así su jefe sería más poderoso porque puede imaginar y realizar ambas actividades?, en cambio aquel que le dije sólo podría imaginar y realizar el bien. Disculpe, le hago otra pregunta: ¿si a usted lo echan y lo abandonan, lógicamente dentro de las pautas que me está contando, le están haciendo el bien y su superior por lo que tengo entendido no es un personaje que caracterice por esas actitudes? Es cierto, pero nosotros no hacemos el bien o el mal, sólo hacemos las cosas que la gente no desea. Por ejemplo: en una celda tomamos a uno de esos reclusos que está a la miseria, con hambre, enfermo y por morirse, y lo estimulamos para que sea solidario, bondadoso y sabio, de esta manera perjudicamos a sus torturadores. Esta es la forma de trabajar del jefe. Lógicamente, con un tipo bondadoso, humanitario y sensible actuamos de la forma tradicional: directamente lo orientamos para que solicite audiencias con funcionarios públicos para conseguir elementos para su gente. De esta forma también desorientamos a la contra, que empieza a pensar en nuestra conversión. Porque él tiene siempre esa esperanza. Creo que en este momento es su único incentivo de vida, la única razón de su existencia. Prosigo, lo mandamos a un funcionario público y estos tipos que son fabulosos lo hacen sentar, luego, cuando están bien aburridos, lo hacen pasar, le dicen todo que sí y lo mandan de vuelta. Así, muy despacio, paso a paso, lo van desgastando, cansando, hastiando (no sabe cómo me gustan estos verbos, ¿se dió cuenta la entonación que les doy?), y el tipo se va destruyendo de a poco. Entonces su bondad y sensibilidad se transforman en impotencia, agresividad y desorientación. Para nosotros todo esto es muy lógico. De un momento a otro comenzó a dar saltos hasta desaparecer. La busqué por todos lados y nada. Sentí que había tenido una buena oportunidad y la había desaprovechado. Me había dejado encantar con sus palabras y razonamientos, y que su acto de maldad había quedado expresado con su charla al defender su vida impediendo que la matara, que era en definitiva lo que yo deseaba hacer cuando comencé a buscar en las costuras de mi ropa interior. Roberto Rule
2 Respuestas a “LA PULGA DEL DIABLO. Por Roberto Rule”
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Hermoso cuento!
Y especialmente interesante para , a través de sus comparaciones, interpretar la actualidad.
Una fábula muy apropiada para estos tiempos, y además, ingeniosa.